Por Ligia Méndez Echeverría
Está de moda referirse al Karma, un concepto tomado de las filosofías orientales, con una connotación negativa, como una deuda que merece castigo. En realidad karma, (del Sánscrito, antiguo idioma sacerdotal de la India), significa simplemente “acción” y su consecuente “re-acción”. El apóstol Pablo se refería a Karma así: “. . . cualquier cosa que haya sembrado el hombre eso también cosechará” (Gal.3:7). Es la sencilla Ley de Acción–Reacción. El aforismo “ojo por ojo y diente por diente” en su significado oculto, nos dice que nuestra cosecha será de la misma clase que nuestra siembra.
Según los Maestros de Sabiduría, Karma es la tendencia del universo, sin desvío ni error, que opera incesantemente para restaurar el equilibrio. Es la ley de justicia perfecta, inherente al cosmos y cuya operación es forzosamente impersonal. Se aplica por igual a galaxias o planetas, naciones, familias o individuos.
Nuestras acciones (incluyendo tanto pensamientos y sentimientos como actos externos) crean trastornos en el universo que requieren la restauración del equilibrio en el punto del disturbio. Ejemplo: si realizamos malas acciones y emitimos malos pensamientos, éstos crean perturbaciones que tendremos que restaurar compensando a los que herimos o perjudicamos. El simple arrepentimiento no elimina las consecuencias de nuestros actos –nada ni nadie evitará que se cumpla la ley—pero es deseable porque evitará mayor acumulación de causas. En cambio Karma compensará ampliamente nuestras buenas acciones y buenos pensamientos pues es perfecta justicia. Dice que si siembras amor cosechas amor, si siembras vientos cosechas tempestades, si dañas la naturaleza ésta se volverá contra ti, si la amas y cuidas, ella te reverenciará. Buen Karma se produce cuando llevamos una vida ética, con motivos de servicio, pensamientos y acciones llenos de bondad y tolerancia hacia todos.
domingo, 18 de mayo de 2008
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